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sábado, 1 de enero de 2011



En forma de “oda elemental”, esta poesía es una de las mejores críticas a la crítica. El primitivo  Neftalí Reyes resulta deliciosamente certero. En un tono calmado y firme, sin llegar a ser hiriente, además de la crítica nos regala este canto a la frescura, a la vida:

Yo escribí cinco versos
uno verde,
otro era un pan redondo,
el tercero, 

una casa levantándose,
el cuarto era un anillo,
el quinto verso era corto como un relámpago.

y al escribirlo
me dejó en la razón su quemadura,
y bien los hombres,  las mujeres,
vinieron y tomaron la sencilla materia,
brizna, viento, fulgor, barro, madera,
y con tan poca cosa, construyeron paredes,
pisos, sueños.

En una línea de mi poesia
secaron ropa al viento,
comieron mis palabras,
las guardaron junto a la cabecera,
vivieron con un verso,
con la luz que salió de mi costado,
entonces llego un crítico, mudo
y otro lleno de lenguas,
y otros,
otros llegaron ciegos
o llenos de ojos,
elegantes algunos,
como claveles con zapatos rojos,
otros estrictamente vestidos de cadáveres,
algunos partidarios del rey
y su elevada monarquía,
otros se habían enredado en
la frente de Marx
y pataleaban en su barba,
otros eran ingleses,
sencillamente ingleses,
y entre todos,
se lanzaron con dientes y cuchillos,
con diccionarios y otras armas negras,
con citas respetables,
se lanzaron,
a disputar mi pobre poesía,
a las sencillas gentes que la amaban.

Y la hicieron embudos, la enrollaron,
la sujetaron con cien alfileres,
la cubrieron con polvo de esqueleto,
la llenaron de tinta,
la escupieron,
con suave beningnidad de gatos,
la destinaron a envolver relojes,
la protegieron,
y la condenaron,
le arrimaron petróleo,
le dedicaron húmedos tratados,
la cocieron con leche,
le agregaron pequeñas piedrecitas,
fueron borrándole vocales,
fueron matándole sílabas y suspiros,
la arrugaron e hicieron un pequeño paquete,
que destinaron cuidadosamente a sus desvanes,
a sus cementerios,
luego se retiraron,
uno a uno,
enfurecidos hasta la locura
porque no fui bastante popular
para ellos,
o impregnados de dulce menosprecio,
por mi ordinaria falta de tinieblas.

Se retiraron, todos,
y entonces, otra vez,
junto a mi poesía,
volvieron a vivir mujeres y hombres,
de nuevo hicieron fuego,
construyeron casas,
comieron pan,
se repartieron la luz,
y en el amor,
unieron relámpago y anillo.

Y ahora perdonadme señores
que interrumpa
este cuento que les estoy contando,
y me vaya a vivir para siempre con la gente sencilla.

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